24 diciembre 2008

Feliz Navidad

Les dejo la Conclusión de Canción de Navidad de Charles Dickens. Les recomiendo lo lean entero. Que todos sus deseos se vuelvan una realidad.



¡Sí! Y la columna de cama era suya: La cama era la suya, el cuarto era el suyo. y, lo mejor y más venturoso de todo, ¡el tiempo venidero era suyo, para poder enmendarse!

–Viviré en el pasado, en el presente y en el porvenir –repitió Scrooge, saltando de la cama–. Los Espíritus de los tres no se apartarán de mí. ¡Oh, Jacob Marley! ¡Benditos sean el cielo y la fiesta de Navidad: ¡Lo digo de rodillas, Jacob, de rodillas!

Se encontraba tan animado y tan encendido por buenas intenciones, que su voz desfallecida apenas respondía al llamamiento de su espíritu. Había sollozado con violencia en su lucha con el Espíritu y su cara estaba mojada de lágrimas.

–¡No se las han llevado –exclamó Scrooge, estrechando en sus brazos una de las cortinas de la alcoba–, no se las han llevado, ni tampoco las anillas! Están aquí. Yo estoy aquí. Las imágenes de las cosas que podían haber ocurrido pueden desvanecerse. Y se desvanecerán, lo sé.

Sus manos se ocupaban continuamente en palpar sus vestidos; los volvía del revés, ponía lo de arriba abajo y lo de abajo arriba, los desgarraba, los dejaba caer, haciéndoles cómplices de toda clase de extravagancias.

–¡No sé lo que hago! –exclamó Scrooge riendo y llorando a la vez y haciendo de sí mismo con sus medias una copia perfecta de Laocoonte–. Estoy ligero como una pluma, dichoso como un ángel, alegre como un escolar, aturdido como un borracho. ¡Felices Pascuas a todos! ¡Feliz Año Nuevo a todo el mundo! ¡Hurra! ¡Viva!

Había ido a la sala dando brincos, y allí estaba entonces sin aliento.

–¡Aquí está la cacerola con el cocimiento! –gritó Scrooge entusiasmándose de nuevo y danzando alrededor de la chimenea–. ¡Esa es la puerta por donde entró el Espectro de Jacob Marley! ¡Ese es el rincón donde se sentó el Espectro de la Navidad Presente! Esa es la ventana por donde vi los Espíritus errantes! ¡Todo está en su sitio, todo es verdad, todo ha sucedido! ¡Ja, ja, ja!

Realmente, para un hombre que no la había practicado por espacio de muchos años, era una risa espléndida, la risa más magnífica. el padre de una larga, larga progenie de risas brillantes.

–No sé a cuánto estamos –dijo Scrooge–. No sé cuánto tiempo he estado entre los Espíritus. No sé nada. Soy como un niño. No me importa. Me es igual. Quisiera ser un niño. ¡Hurra! ¡Viva!

Le interrumpieron sus transportes de alegría las campanas de las iglesias, con los más sonoros repiques que oyó jamás. ¡Tin, tan! ¡Tin, tan! ¡Tin, tan! ¡Oh, magnífico, magnífico!

Corriendo a la ventana, la abrió y asomó la cabeza. Nada de bruma, nada de niebla; un frío claro, luminoso, jovial; un frío que al soplar hace bailar la sangre en las venas; un sol de oro, un cielo divino; un aire fresco y suave, campanas alegres. ¡Oh, magnifico, magnífico!

–¿Qué día es hoy? –gritó Scrooge, dirigiéndose a un muchacho endomingado, que quizá se había detenido para mirarle.

–¿Eh? –replicó el muchacho lleno de admiración.

–¿Qué día es hoy, hermoso? –dijo Scrooge.

–¿Hoy! –repuso el muchacho–. ¡Toma, pues, el día de Navidad!

–¡El día de Navidad! –se dijo Scrooge–. ¡No ha pasado todavía! Los Espíritus lo han hecho todo en una noche. Pueden hacer todo lo que quieren. Pueden, no hay duda. Pueden, no hay duda. ¡Hola, hermoso!

–¡Hola! –contestó el muchacho.

–¿Sabes dónde está la pollería, en la esquina de la segunda calle? –inquirió Scrooge.

–¡Claro que sí!

–¡Eres un muchacho listo! –dijo Scrooge–. ¡Un muchacho notable! sabes sí han vendido el hermoso pavo que tenían colgado ayer? No el pequeño, el grande.

–¿Cuál? ¿Uno que era tan gordo como yo? –replicó el muchacho.

–¡Qué chico tan delicioso? –dijo Scrooge–. Da gusto hablar contigo. ¿Sí, hermoso?

–Todavía está colgado –repuso el muchacho.

–¿Sí? –dijo Scrooge–. Ve a comprarlo.

–¡Qué bromista! –exclamó el muchacho.

–No, no –dijo Scrooge–. Hablo en serio. Ve a comprarlo y di que lo traigan aquí, que yo les diré dónde tienen que llevarlo. Vuelve con el mozo y te daré un chelín. Si vienes con él antes de cinco minutos, te daré media corona.

El muchacho salió como una bala. Habría necesitado una mano muy firme en el gatillo el que pudiera lanzar una bala con la mitad de la velocidad.

–Voy a enviárselo a Bob Cratchit –murmuró Scrooge. frotándose las manos y soltando la risa. No sabrá quién se lo envía. Tiene dos veces el cuerpo de Tiny Tim. ¡Joe Miller no ha gastado nunca una broma como ésta de enviar el pavo a Bob!

Al escribir las señas no estaba muy firme la mano; pero, de cualquier modo, las escribió Scrooge y bajó la escalera para abrir la puerta de la calle en cuanto llegase el mozo de la pollería. Hallándose allí aguardando su llegada, el llamador atrajo su mirada.

–¡Le amaré toda mi vida! –exclamó Scrooge, acariciándole con la mano–. Apenas le miré antes. ¡Qué honrada expresión tiene en la cara! ¡Es un llamador admirable!… Aquí está el pavo. !Viva! ¿Hola! ¡Cómo estáis? !Felices Pascuas!

¡Era un pavo! Seguramente no había podido aquel volátil sostenerse sobre las patas. Se las habría roto en un minuto como sí fueran barras de lacre.

–¡Qué! No es posible llevarlo a cuestas hasta Camden-Town –dijo Scrooge–. Tenéis que tomar un coche.

La risa con que dijo aquello, y la risa con que pagó el pavo, y la risa con que pagó el coche, y la risa con que dio la propina al muchacho, únicamente fueron sobrepasadas por la risa con que se sentó de nuevo en su butaca, ya sin aliento, y siguió riendo hasta llorar.

No le fue fácil afeitarse, porque su mano seguía muy temblorosa, y el afeitarse requiere tranquilidad, aun cuando no bailéis mientras os entregáis a tal ocupación. Pero si se hubiera cortado la punta de la nariz se habría puesto un trozo de tafetán inglés en la herida y habríase quedado tan satisfecho.

Vistíóse con sus mejores ropas y se lanzó a las calles.

La multitud se precipitaba en aquel momento, como la vio yendo con el Espectro de la Navidad Presente, y al marchar con las manos en la espalda, Scrooge miraba a todo el mundo con una sonrisa de placer. Parecía tan irresistiblemente amable, en una palabra, que tres o cuatro muchachos de buen humor dijeron: “¡Buenos días, señor! ¡Felices Pascuas, señor!” Y Scrooge dijo más tarde muchas veces que, de todos los sonidos agradables que oyó en su vida, aquellos fueron los más dulces para sus oídos.

No había andado mucho, cuando vio que se dirigía hacia él el corpulento caballero que había ido a su despacho el día anterior, diciendo: “¿Scrooge y Marley, si no me equivoco?” Un dolor agudo le atravesó el corazón al pensar de qué modo le miraría el anciano caballero cuando se encontraran; pero vio el camino que se presentaba recto ante él, y lo tomó.

–Querido señor –dijo Scrooge, apresurando el paso y tomando al anciano caballero las dos manos–. ¿Cómo estáis? Espero que ayer habrá sido un buen día para vos. Es una acción que os honra: ¡Felices Pascuas, señor!

–¡El señor Scrooge?

–Sí –dijo éste–, tal es mi nombre, y temo que no os sea agradable. Permitid que os pida perdón. ¿Y tendríais la bondad?… (Aquí Scrooge le cuchicheó al oído. )

–¡Bendito sea Dios! –gritó el caballero, como si le faltara el aliento–. Querido señor Scrooge, ¿habláis en serio?

–Sí no lo tomáis a mal –dijo Scrooge–. Nada menos que eso. En ello están incluidas muchas deudas atrasadas, os lo aseguro. ¿Me haréis ese favor?

–Querido señor –dijo el otro, estrechándole las manos–. No sé cómo alabar tal muni…

–Os ruego que no digáis nada –interrumpió Scrooge–. Id a verme. ¿Iréis a verme?

–¡Iré! –exclamó el anciano caballero. Y se veía claramente que pensaba hacerlo.

–Gracias –dijo Scrooge–. Os lo agradezco mucho. Os doy mil gracias. ¡Adiós!

Estuvo en la iglesia, recorrió las calles y contempló a la gente que iba presurosa de un lado a otro, dio a los niños palmaditas en la cabeza, interrogó a los mendigos, miró curiosamente las cocinas de las casas y luego miró hacia las ventanas. y notó que todo le producía placer. Nunca imaginó que un paseo –una cosa insignificante– pudiera hacerle tan feliz. Por la tarde dirigió sus pasos a casa de su sobrino.

Pasó ante la puerta una docena de veces antes de atreverse a subir y llamar a la puerta. Por fin lanzóse y llamó:

–¿Está en casa vuestro amo, querida? –preguntó Scrooge a la muchacha. ¿Guapa chica, en verdad?

–Sí, señor.

–¿Dónde está, preciosa? –dijo Scrooge.

–En el comedor, señor; está con la señora. Haced el favor de subir conmigo.

–Gracias. El señor me conoce –repuso Scrooge, con la mano puesta ya en el picaporte del comedor–. Voy a entrar, hija mía.

Abrió suavemente y metió la cabeza ladeada por la puerta entreabierta. El matrimonio hallábase examinando la mesa (puesta como para una comida de gala), pues los jóvenes amos de casa. siempre se cuidan de tales pormenores y les agrada ver que todo está como es debido.

–¿Fred? –dijo Scrooge.

¿Cielos? ¿Cómo se estremeció su sobrina política. Scrooge olvidó por el momento que la había visto sentada en un rincón, con los pies en el taburete: si no, no se habría atrevido a entrar de ningún modo.

–¡Dios me valga! –gritó Fred–. ¿Quién es?

–Soy yo. Tu tío Scrooge. He venido a comer. ¿Me permites entrar, Fred?

–¡Permitirle entrar!

Por poco no le arranca un brazo para introducirle en el comedor. A los cinco minutos se hallaba como en su casa. No era posible más cordialidad. La sobrina imitó a su marido. Y lo mismo hizo Topper cuando llegó. Y lo mismo la hermana regordeta cuando llegó. Y lo mismo todos los demás cuando llegaron. ¡Admirable reunión, admirables entretenimientos, admirable unanimidad, ad-mi-ra-ble dicha!

Pero Scrooge acudió temprano a su despacho a la mañana siguiente. ¡Oh, muy temprano! ¡Si él pudiera llegar el primero y sorprender a Cratchit cuando llegara tarde! ¡Aquello era lo único que le preocupaba!

¡Y lo consiguió, vaya sí lo consiguió! El reloj dio las nueve. Bob no llegaba. Las nueve y cuarto. Bob no llegaba. Bob se retrasaba ya dieciocho minutos y medio. Scrooge se sentó, dejando su puerta de par en par, a fin de verle cuando entrase en su mazmorra. Habíase quitado Bob el sombrero antes de abrir la puerta y también la bufanda. En un instante se instaló en su taburete y se puso a escribir rápidamente, como si quisiera lograr que fuesen las nueve de la mañana..

–¿Hola! –gruñó Scrooge, imitando cuanto pudo su voz de antaño–. ¿Qué significa que vengáis a esta hora?

–Lo siento mucho, señor –dijo Bob–. Ya sé que vengo tarde.

–¡Tarde! –repitió Scrooge–. Sí. Creo que venís tarde. Acercaos un poco, haced el favor.

–Es solamente una vez al año, señor –dijo Bob tímidamente, saliendo de la mazmorra–. Esto no se repetirá. Ayer estuve un poco de broma, señor.

–Pues tengo que deciros, amigo mío –dijo Scrooge–, que no estoy dispuesto a que esto continúe de tal modo. Por consiguiente… –añadió, saltando de su taburete y dando a Bob tal empellón en la cintura que le hizo retroceder dando traspiés a su cuchitril–. ¡Por consiguiente, voy a aumentaros el sueldo!

Bob tembló y dirigióse adonde estaba la regla, sobre su mesa. Tuvo una momentánea intención de golpear a Scrooge con ella, sujetarle los brazos, pedir auxilio a los que pasaban por la calleja,. para ponerle una camisa de fuerza.

–¡Felices Pascuas, Bob! –dijo Scrooge, con una vehemencia que no admitía duda y abrazándole al mismo tiempo–. Tantas más felices Pascuas os deseo, Bob, querido muchacho, cuanto que he dejado de felicitaros tantos años. Voy a aumentaros el sueldo y a esforzarme por ayudaros a sostener a vuestra familia: y esta misma tarde discutiremos nuestros asuntos ante un tazón de ponche humeante, Bob. ¡Encended las dos lumbres: id a comprar otro cubo para el carbón antes de poner un punto sobre una i, Bob Cratchit!

Scrooge hizo más de lo que había dicho. Hizo todo e infinitamente más: y respecto de Tíny Tim, que no murió, fue para él un segundo padre. Se hizo tan buen amigo. tan buen maestro y tan buen hombre, como el mejor ciudadano de una ciudad, de una población o de una aldea del bueno y viejo mundo. Algunos se rieron al verle cambiado; pero él les dejó reír y no se preocupó, pues era lo bastante juicioso para saber que nunca sucedió nada bueno en este planeta que no empezara por hacer reír a algunos: y comprendiendo que aquéllos estaban ciegos, pensó que tanto vale que arruguen los ojos a fuerza de reír, como que la enfermedad se manifiesta en forma menos atractiva. Su propio corazón reía, y con eso tenía bastante.

No volvió a tener trato con los aparecidos, pero en adelante tuvo mucho más con los amigos y con la familia, y siempre se dijo que, si algún hombre poseía la sabiduría de celebrar respetuosamente la fiesta de Navidad, ese hombre era Scrooge.

¡Ojalá se diga con verdad lo mismo de nosotros, de todos nosotros! Y también, como hacía notar Tiny Tim, ¡Dios nos bendiga a todos!

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